Cuando cada uno de nosotros los humanos llegó a este mundo, nuestra única esperanza de plenitud, nuestro único refugio son papá y mamá. Ellos son nuestro hogar y no me refiero al espacio físico sea éste un palacio o una choza. Papá y mamá son nuestros proveedores ante nuestra incapacidad de autosatisfacernos, nuestra protección, ellos son nosotros mismos hasta que cobramos consciencia de nuestra individualidad. Nuestros padres son la extensión de nosotros, sabemos  lo qué somos reconociéndonos en ellos. Este vínculo nos convierte en seres empáticos capaces de experimentar dolor o alegría a través de ellos, a través de otros. Esta relación tan estrecha será fundamental para dibujar nuestro comportamiento en sociedad.
 
Dado que el ser humano es gregario es un ser social diseñado para sobrevivir únicamente inserto dentro de un grupo y que para lograrlo es fundamental poner en práctica nuestra capacidad empática, entonces si esta capacidad se aliena, nuestra relación con el grupo se verá lesionada.
 
Cuando papá y/o mamá hacen un buen trabajo para mantener un lazo afectivo sólido con los hijos, ellos serán capaces de lograr una convivencia sana dentro de su grupo; con ésto no quiero decir que el conflicto no vaya a existir jamás sino que estos seres humanos serán seres sociales que mantienen el mínimo respeto por sus iguales y por consecuencia por la vida en general (somos seres vivos y nos reconocemos también en toda forma de vida). Puede ser que solamente la mamá o solamente el papá se encuentren solos haciendo su trabajo con los hijos, puede ser incluso que un buen día papá y mamá desaparezcan por la razón que sea pero si su trabajo fue bueno, estuvo regido por el amor, los hijos en la ausencia o el recuerdo continuarán poniendo en práctica su capacidad empática.
 
¿Qué puede hacer que esa capacidad empática se inhiba? Cuando la relación afectiva no existe; puede ser que papá y/o mamá estén presentes siempre y los hijos sean seres en quienes la empatía desapareció.
 
Una mujer que se embaraza de manera irresponsable tiene muchas posibilidades de convertirse en una madre irresponsable, que no provee de afecto, que nunca se convierte en el hijo condición indispensable para que el niño ponga en práctica la empatía. Una madre golpeada y humillada, un padre borracho, golpeador, irrespetuoso. Una madre que exhibe su sexualidad con múltiples personas frente a los hijos (una mujer que seembaraza de varios hombres todos ausentes es un buen ejemplo), un padre que hace alarde de su lascivia frente a los hijos. Estas conductas son interpretadas por los menores como invasiones a ellos mismos (insisto en una etapa temprana los hijos no establecen diferencia entre ellos y los padres), agresiones, dolor.
Cuando el niño empieza a utilizar su razón el daño emocional ya está hecho y si aún así los padres no retoman el camino y muestran sus incongruencias de comportamiento frente a los hijos el daño se incrementará. Por ejemplo, padres profundamente morales (en general escudándose detrás de alguna doctrina religiosa) que en su vida diaria no respetan esos postulados que pregonan, un caso típico es el del hombre-macho mexicano que es muy católico porque se hinca frente a la imagen religiosa, se da golpes de pecho y por otro lado hace alarde de los cientos de mujeres que «se cogió» y de los hijos que procreó fuera del matrimonio; que detesta a los homosexuales por que la iglesia lo dice pero que pasa más horas con sus amigos hombres que con su esposa o hijos. Incongruencia. La madre que reza día y noche y toda conducta que a ella y a la iglesia le parezcan equivocadas son sentenciadas con un boleto directito al infierno, pero que permitió que a su vida la conduzca la sumisión, soportando humillaciones, golpes, vejaciones y que le sea robada su vida sexual porque una mujer buena no siente placer sexual; toda esta represión convierte a la madre en una olla de presión a punto de estallar construyendo una vida de amargura que va a caer sobre los hijos. Incongruencia.

Basta hacer un ejercicio de imaginación para experimentar cómo se lesiona la empatía en nosotros. Hagan este ejercicio. Imagínense a ustedes mismos a los cinco o seis años sentados a la mesa listos para los alimentos. Imaginen a su madre amargada que los obliga a comer verduras mientras ella come papas fritas llenando su cuerpo obeso y flatulento de grasa. Tocan a la puerta, su madre abre y ustedes miran cómo el vecino le toca los senos vulgarmente a su madre y ella parece disfrutarlo. De pronto llega su padre borracho quien viendo la escena anterior se va a golpes sobre su madre haciéndola rodar por el suelo cubierta de sangre. Su padre borracho exhibe frente a ustedes sus genitales y… BASTA. Esa sensación que experimentaste es EL ASESINO DE LA EMPATÌA. El sentimiento es tan desagradable que nos da deseos de desaparecer, de no estar, de huir. Nosotros sólo estamos imaginando y nos resulta repugnante, un pequeño que vive agresiones similares desea NO SER.
 
De esta manera asesinan el padre y la madre la capacidad empática de los hijos condenándolos no sólo a la incapacidad de sobrevivir de manera sana dentro de un grupo, también los condena a la amargura, a la incapacidad de dar y recibir amor. HIJOS SOLOS pues no saben relacionarse en ningún plano con nadie aunque muchas veces finjan tener miles de amigos (los individuos «amigos todo el mundo» son un síntoma de soledad; nadie es capaz de llevar una amistad o relación emocional auténtica con mucha gente al mismo tiempo, es imposible y transforma en baratija el valor de la amistad-amor auténtico). HIJOS FRUSTRADOS pues el máximo placer humano es dar y recibir amor; si no sé cómo se hace, soy infeliz y me frustro. Esta combinación de SOLEDAD-FRUSTRACIÓN puede ser letal, de hecho lo es.
 
En qué se convierte una persona con la empatía mermada:
1.- Nivel uno, el más ligero, en seres incapaces de hablar con sus iguales así que mejor NOS ESCONDEMOS DETRÁS DE ROPA DESAGRADABLE, DETRÁS DEL CABELLO QUE NOS CUBRE EL ROSTRO, SENTIMOS QUE EL MUNDO ESTÁ COMPLOTEANDO CONTRA NOSOTROS Y LLORAMOS ESA DESDICHA;  HUMANIZAMOS PERROS O NOS ENCERRAMOS EN LA FATUA VIDA VIRTUAL DE LAS REDES SOCIALES, ESCLAVIZÁNDONOS A UN GADGET. ¿Les suena conocido?
2.- Nivel dos, como mi mundo es detestable, me fugo EMBRUTECIÉNDOME CON DROGAS O ALCOHOL. Sólo con drogas digo lo que siento, sólo con drogas siento placer sexual, sólo con drogas soy capaz de sobrevivir en el mundo que me parece aterrador.
3.- Nivel tres, el más grave. Como el mundo en el que vivo no sólo es aterrador, también me hace daño entonces tengo dos opciones: ME DESTRUYO (suicidio) o LO DESTRUYO. La soledad-frustración convertida en IRA nos lleva a conductas anti sociales: El despojo de un bien, de un afecto, de una vida hacia los otros. Atentamos contra todo lo que tenga vida porque no reconocemos valor en ella. La vida en plantas, la vida en animales o la vida en personas no tiene valor alguno. Tampoco tiene valor nuestra propia vida.
 
Analicemos cómo se comportan nuestros hijos y cómo nos comportamos nosotros mismos (no en vano vivimos en una cultura donde las neurosis son y serán cada vez más las protagonistas en nuestras sociedades). Arriesguémonos a experimentar QUÉ SENTIMOS CUANDO NOS RELACIONAMOS CON LOS DEMÁS, CÓMO NOS RELACIONAMOS CON LOS DEMÁS. Debemos ser honestos y si sentimos odio, miedo, depresión, desilusión, nada, reconozcámoslo para entonces poder modificar nuestro comportamiento. Una buena manera de recuperar el camino es ACTUAR EN BENEFICIO DE DESCONOCIDOS, el altruismo bien entendido (no se trata de dar limosnas, la más burda expresión de este asunto) puede regresar ante nuestros ojos el afecto que podemos obtener de personas que no tendrían necesidad de amarnos (no son nuestra familia). Las plantas y animales son otro de los caminos, son vida como nosotros y son capaces de devolvernos amor a raudales. Lo más importante es RECONOCER la situación de nuestra empatía y después armarnos de voluntad para recuperar el placer por la vida,  nunca es tarde para reconstruirnos y tampoco es imposible.
 
 
Rafael Redondo
 

Twitter: redondo_rafa