Las elecciones de este fin de semana en el Estado de México resultan reveladoras en varios sentidos; decisiones equivocadas en las candidaturas debido a la voracidad de los partidos políticos (y de ciertos líderes) por acaparar el poder y sobre todo, el electorado está manifestando la impopularidad de la guerra contra la delincuencia iniciada por el gobierno federal. No estamos cuestionando si tal guerra funciona o no, pero cada vez queda más clara la impopularidad de esas acciones la cual ya está teniendo sus costos políticos.

Pero la «cruzada» contra el crimen también nos ha dejado beneficios:  Ha puesto en evidencia los baches de nuestro sistema de  impartición de justicia y del poder permeados por la corrupción, sin la cual es impensable el enorme poder de las mafias en México y nos ha descrito a todos nosotros los ciudadanos como unos adolescentes a la hora de ejercer nuestra ciudadanía. Tal parece que somos incapaces de exigir mejores partidos políticos, de exigir debates políticos serios que no estén basados en las descalificaciones y la verdulería verbal. De exigir a los candidatos propuestas sustentadas en una estrategia y no en la palabrería y la mercadotecnia, de exigir que estemos realmente representados en las asambleas y el poder Legislativo no siga dando gritos y sombrerazos mientras un Javier Sicilia tuvo que ir a encarar al ejecutivo haciendo quedar al Legislativo como una entidad nulificada en discusiones concretas acerca de nuestra verdaderas necesidades. Que no VOTEMOS POR MIEDO  y arreculemos tratando de refugiarnos en «lo viejo por conocido», «por el menos peor» mostrándonos  incapaces de reflexionar una propuesta real de un candidato auténtico. Que todo el trabajo realizado en nuestra historia, crisis  económicas, abusos de poder de antaño, todos los muertos muchos de ellos muy cercanos a nosotros nos transformen en adultos y que  no estemos esperando a que el Tlatoani, el Poderoso, un López Obrador o la Señorita Laura nos resuelvan la vida, que no canjeemos nuestra dignidad por beneficios convirtiéndonos en limosneros porque no lo somos. Es necesario que aprendamos a tomar decisiones y asumir las consecuencias como una sociedad madura, a pedir propuestas concretas y no escondernos de nuestras responsabilidades.

El gran acierto de Presidente al recibir directamente la desesperación de la ciudadanía nos da un aliento de esperanza de madurez política y aún nos queda un año para reflexionar acerca de las consecuencias de ejercer nuestro derecho a elegir representantes, de reflexionar propuestas y no optemos por el camino más cobarde y vergonzoso de votar por «el viejo y malo por conocido» porque también ya nos dimos cuenta de que nuestras decisiones tarde o temprano tienen un precio.