El día de hoy aparece un artículo en el New York Times cuyo encabezado dice: NUMB TO CARNAGE, MEXICANS FIND DIVERSIONS AND LIFE GOES ON (Adormecidos ante la carnicería -refiriéndose a los cuerpos encontrados en Cadereyta- los mexicanos encuentran diversiones y la vida continúa) donde además de describir la SAÑA del crimen en México reproduce opiniones de psicólogos que describen la indiferencia nuestra a un mecanismo de defensa; yo agregaría un elemento más: La falta de motivos del crimen en México. La humanidad ha presenciado crímenes atroces (Exterminio no sólo en la Alemania Nazi; en los Balcanes, en Guatemala, en África. Una guerra fría que mantuvo en tensión al mundo esperando qué bando sería el más visceral para apretar un botón y desatar una guerra nuclear. Crímenes por fanatismos, guerras mundiales y un largo etcétera) sin embargo, toda masacre tenía un objetivo claro por más irracionales sus efectos. Esta exhibición de violencia en México supera toda lógica: cuerpos decapitados, gente secuestrada por sus «amigos» y luego destazada con una sierra eléctrica, sicarios de 14 años, criminales que narran con toda parsimonia haber asesinado cientos y disuelto los cuerpos en ácido. Este tipo de crímenes no tiene lógica alguno, no sabemos dónde inició ni cuándo y cómo se va a terminar. Ese es también motivo de nuestra actitud impávida. Y en este contexto surge en la campaña presidencial del candidato de la izquierda la propuesta de la República Amorosa y se despliega también una serie de burlas, improperios y pitorreo no sólo por parte de la «diva de la noticia» Loret de Mola sino también de gente seria que mira con incredulidad la frase.
El concepto amor está tan manoseado por nuestra cultura que a lo único que nos suena es a Cenicienta besada por su príncipe en una nebulosa rosa que ilustra una cursi tarjeta de San Valentín. Los teóricos de lo político no se acercan al asunto y sólo la teología se atreve a abordar el tema. Los libros sagrados de todas las culturas lo describen a veces como génesis de vida, otras como el todo (Dios), otras veces como la vida misma: amor=vida. La vida irremediablemente busca la paz, irremediablemente busca la armonía, irremediablemente busca la trascendencia, irremediablemente busca la plenitud; irremediablemente busca la felicidad. El ser humano es gregario, diseñado para vivir en sociedad y es más fácil que un ser humano muera de soledad que de hambre; entonces ¿es realmente disparatado traer el concepto a la mesa de discusión de los asuntos públicos; sobre todo dada nuestra coyuntura?
Haciendo a un lado proselitismo de la izquierda y los beneficios que el concepto le pueda brindar, quiero preguntarles; ¿el deseo de no quedar atrapado en una balacera se resuelve con la propuesta de más carreteras?, la preocupación que te causa el que tus hijos puedan convertirse no sólo en adictos a las drogas (hemos ido tan lejos ya que, ésto es lo de menos) sino que terminen reclutados por el crimen y después en la cárcel o muertos con la saña ya descrita ¿te la alivia la propuesta de crecimiento económico para el próximo año o si el PIB tiene déficit o superávit? ¿A los familiares de los caídos les resuelve su dolor una reforma fiscal? ¿No les parece que estamos abandonando los activos (nuestros y por tanto del Estado) realmente importantes como proteger nuestra vida, respetar toda forma de vida reconociéndonos en ella, amar a los nuestros, fomentar relaciones de concordia en nuestras relaciones sociales, abandonar la frustración que es asesina trabajando en nuestra estima, fomentar la compasión, la tolerancia? Hemos sacralizado a tal grado a los bienes materiales, al esnobismo intelectual, a la fuerza como forma de supervivencia y vuelvo a preguntarles, ¿el dinero cura el dolor de las víctimas del secuestro?, ¿el exagerado análisis y ostentación del conocimiento cura el dolor de las víctimas de la trata de personas de toda la serie de vejaciones a que son sometidas y que van más allá de lo que un ser humano pudiera siquiera imaginar?, ¿el dinero regresa a las familias sus seres queridos muertos?, ¿es realmente motivo de pitorreo hablar de un asunto (amor o vida) que nos reencuentre con nosotros mismos y volvamos a sentir vergüenza de la sociedad tan aberrante que hemos sabido magistralmente construir? Creo que más que burlarnos, deberíamos cuestionarnos en qué parte del camino se nos olvidó que somos seres vivos y mejor aún, qué hacemos para regresar.
Rafael Redondo